Nos parece necesario volver sobre el tema de la Iniciación grupal. Hemos leído y escuchado mucho acerca de esta posibilidad, por años y más años, gracias a la transmisión de una doctrina completa depositada en diversos modelos simbólicos capaces de sintetizar la totalidad del Ser Universal y de hacer presentir el Misterio que se revela a su través y lo trasciende. Ha sido constante el estudio y asimilación del conocimiento teórico, fundamentado en el símbolo y el mito. También hemos participado en ritos grupales que han ido adoptando diferentes formas, todos ellos aptos para vehicular la influencia espiritual que da inicio a este proceso revolucionario que se va haciendo efectivo de modo gradual. Aunque asimilar dicho conocimiento teórico –que aún siendo necesario siempre es dual pues pone a concurso la facultad racional–, es del todo insuficiente. La Iniciación es para ser vivida, experimentada en los tres planos simultáneos del Ser (el físico, el psíquico y el puramente espiritual) merced al despertar de esa facultad suprahumana llamada intuición intelectual. Si no, no es. Así nos lo transmitió y vivió nuestro mentor y todos los iniciados que nos han precedido. Además, hay un requisito indispensable para “entrar” y “comenzar” a recorrer verdaderamente una vía iniciática: pasar por la auténtica muerte, radical, total. No un simulacro que siempre será una entrega parcial, sino la completa desintegración de lo que creíamos ser. Sin esta disolución que lo retorna todo instantáneamente al Caos precósmico, al Negro Absoluto donde no hay nada diferenciado, no se nace de nuevo. Dicho así suena muy categórico, tajante, pero quien ha pasado por ello sabe que es así, que no puede haber ninguna concesión a las voces internas que por miedo, orgullo, vanidad o tontera claman clemencia para seguir siendo algo, alguien, personajillos que se miden con la auténtica Identidad y en su rematada ignorancia y estupidez la pretenden suplantar.

Diablo – … Lo más es menos. La muerte es lo mejor. Agradeced a vuestros enemigos que en el plan armónico del Universo son vuestros aliados. Se ha producido lo que siempre pretendisteis guiadas por Amor. La espada que clavasteis la hundisteis en vuestro propio corazón (1).

Otro – Lo intento todo ¿Por qué no probar estos caldos del más allá absoluto? ¿Por qué no dejarse convencer por este otro sueño, donde no hay palabras, donde todo es este ansiado silencio? (2).

Diablo – … Me contentaré con registrar tu completo derrumbe, asistiré por primera vez al asombroso espectáculo de la nada absoluta (3).

Así es, tan complejo para quien quiere seguir apostando por menudencias y falsas identidades y tan sencillo para quien no puede hacer otra cosa que entregarse al deceso. Un autosacrificio, con el auxilio de los libros, los ritos o las voces de los que han pasado por esa experiencia, los que cumplen únicamente una función de intermediarios o vehiculadores de la influencia espiritual. Pero la muerte la vive uno en lo más íntimo y secreto de sí mismo. En soledad, sin otro porque no lo hay, pues de eso se trata, de morir a la visión dual para renacer a la de la No-dualidad.

Chuleta – … Relájese, relájese. Debe pasar por la cámara del Conocimiento.
Poof – ¿Debo pasar por eso?
Chuleta – Es imprescindible.
Poof – ¿No quiere que entremos juntos?
Chuleta – Desnudo…
Poof – (Interrumpiendo) ¡Desnudo no!
Chuleta – Desnudo nace el hombre y así es como muere (4).

Solamente…

…cuando todas las facultades del ser se concentran en sí mismas advertimos un espacio vacío. Esa Nada es la potencia en la virginidad del origen (5).

El segundo nacimiento es, pues, de naturaleza suprahumana. Un punto afirmado en el seno de la Nada. El niño alquímico no es entonces un nuevo individuo, sino el Ser universal, completo, revelándose a través de esa criatura que crecerá descubriendo a cada paso que Todo es Uno y Uno es Todo. “Y que todo es un símbolo de otra cosa que no conocemos” (6). Un recién nacido sin padre y sin madre que se ha autoconcebido y se autopare sin ni siquiera necesitarlo, tan misterioso es el Misterio que sin embargo decide Ser para entretenerse un rato con su juego de múltiples espejos.

El neófito advierte “los Misterios del ser” en el Ser mismo que, como él, no sabe quién es, al punto de tener que contemplarse en el iniciado –una vez que éste se ha desembarazado de la espesa maraña de sus condicionamientos e ignorancia–, para conocerse. En este sentido creamos a Dios para que éste pueda mirarse en nosotros, la creatura, o sea que la madre auto generada pare al padre para que éste pueda fecundarla y de ese modo engendrar al mundo tal cual lo refieren distintas mitologías. Por lo que la identificación con la deidad no es sólo la definitiva del individuo con ella, sino un hecho cósmico de alcances inesperados y desconocidos (7).

Lo que es análogo a decir que:

El tiempo por primera vez se ha detenido en su constante ambular, aunque todo es tan sutil y tan difícil de advertir; aun para ti mismo. Y tú has nacido a la realidad exactamente en ese instante. El embarazo ha llegado a su fin y se ha producido tu alumbramiento, al que los sabios llamaban la hora de la muerte. Tu creación, no la mera sucesión de espacios y tiempos indefinidos, sino tu auténtico ser, tu identidad. No nacida ni de la carne ni de la sangre y ni siquiera de querer de hombre. Has roto lo que te limitaba al tomar conciencia de ti y todo se ha realizado simultáneamente. Has sido tu padre y tu madre y la creatura. Te has tallado un nuevo rostro que tú has elegido por obra de la gracia. Te has moldeado haciendo una obra de arte contigo a tu imagen y semejanza (8).

Y como somos muy propensos a decir sí, sí claro, claro, por supuesto, así lo entiendo, y en el fondo no escuchamos o no realizamos plenamente lo que decimos ser, otra más:

En ti sola se consuma la decisión de todo, ya que eres la única que no atiende a votos ni a súplicas (9).

Palabra tabú, temida, ignorada, acabas siempre compareciendo para poner punto final a una posibilidad, sea la que fuere, abriendo así el paso a una nueva realidad. Pareja inseparable de la vida, muchas veces tu beso nos roza y perplejos, no sabemos apreciar tu inmenso poder regenerador, y entonces te esquivamos. Deseamos que demores tu llegada, cuando en realidad tu presencia es una constante, y morir, en vida, abre las puertas para concebir el misterio que cobijamos en nuestra alma.

Dialogar contigo es aprender a hacerlo con nosotros mismos, pues eres la iniciadora de esa cara oculta de nuestra intimidad que acaricia lo Inmutable. Si con la vida participamos del movimiento, la sucesión y la recurrencia cíclica, contigo gustamos la quietud y la inmovilidad. Si con la vida el calor y la luz, contigo el frío y la oscuridad, lo pétreo, lo imperturbable. Optar por una de estas dos caras es renunciar a ser, pues ser es conjugar esos dos aspectos indisolubles y pretender separarlos es perder la oportunidad de trascenderlos. Para ir más allá es imprescindible reconocer su alianza inquebrantable.

Amiga te digo con respeto, compañera, amada, te formulas como un gran interrogante, una pregunta abierta, un abismo sin fondo ni altura, un vértigo... Me atraes y lucho, me bato en agonía –que eso es lo que significa agonía, “lucha”, pero al mismo tiempo “reunión”–, y termino rindiéndome a tu seducción. Me aproximo con la palabra, te susurro al oído y tu respuesta invariable es silencio, silencio, silencio. Reinvento el mundo para seguir intuyendo tu presencia, tan cercana, tan lejana. Si “amor” todo lo coagula y une, sin la “a”, “mor”, morir, todo lo disuelve, y deshaciendo los nudos de la ignorancia, irrumpe tu vacío, contundente. Calavera hueca, la sangre se me congela, y aun así ¡cuán difícil alcanzar el gran misterio de esta unión de hielo y fuego! Jamás imaginé alianza tan penetrante, pues cuanto más me matas, más te amo y muriendo, más vivo una vida nueva.

¡Ven, ven, ven! Con tu proximidad el tiempo se lentifica, el espacio en el que moverse se va constriñendo, reduciendo en torno a un punto quieto. No hay escapatoria, implacable cercas el cerco, cada vez más y más estrecho, más concentrado. Es cosa de un instante, aunque la agonía puede prolongarse, o durar apenas un segundo. Y he aquí, justo sobre el límite, la pequeña puerta cerrada, bien custodiada. Corazón, en ti todo el Secreto de la vida, de la muerte y de la Vida eterna.

Momento decisivo al que se arriba solo; o guiado únicamente por esa energía intermediaria llamada Thot-Hermes-Mercurio, cuya función, ahora, es la de pesar el corazón del difunto, que se dice debe ser más ligero que la pluma ubicada en el otro platillo de la balanza. Corazón que ya viene latiendo desde la vida intrauterina y que será el último órgano en dejar de funcionar, independientemente del cerebro. Atanor en el que se realiza todo el viaje iniciático, toda la labor de transmutación, pues en él se aloja la luz espiritual del Principio, esa luz interna, inmaterial, que alumbra la caverna desde el inicio del trayecto guiándolo hasta su conclusión.

Muerte ineludible. ¿Quién la vencerá? Sólo Quién (10).

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Vuelvo a abrir los ojos. Parece que nada se haya operado, porque todo lo que veo y me envuelve es lo mismo de siempre, y sin embargo ha caído de un solo golpe la visión errónea en la que estaba instalado. Esto es verdaderamente otra cosa. Ha comenzado el viaje de ultratumba. Yo soy otra cosa.

Ya no me reconozco como aquel individuo que sometido a purgas y limpiezas asoma de nuevo la cabecita y empieza un camino de búsquedas y encuentros, en el mejor de los casos entregando lo que considera más preciado, ora satisfecho de sus logros ora enojado por lo que no hay forma de conseguir, frustrado o complacido, o sea, hamacado entre lo que cree conocer de sí y lo que aspira a ser siempre a la fuga, pero en definitiva encerrado en la cárcel de una “religiosidad” que por muy laica que sea solamente le otorgará, a lo sumo, su salvación individual, ya que no ha trascendido lo que en la alquimia interna se denomina el “hombre viejo”: un ser separado de su Principio y de todo lo que le rodea, un dual. Es muy fuerte el apego a los condicionamientos que comenzamos a mamar nomás nacer al estado humano y en los que hemos sido entrenados con tenacidad y perseverancia, tanto comportamientos como costumbres, hábitos, poses, formas de actuar y hablar, valoraciones siempre sesgadas y cambiantes determinadas por la familia (“Ay mundo, cuánto nos has engañado; ay familia nos has enseñado todo mal”) (11), las amistades, lo social y el lugar donde se ha nacido, los recursos disponibles, la educación, las situaciones socio-políticas, todo lo cual ha forjado una manera de pensar, de sopesar y encarar la vida cargada de prejuicios y juicios de los que es muy difícil desprenderse pues se piensa que son inamovibles, y hasta se los cultiva y engorda con una asiduidad alarmante. Pareciera muchas veces, aun en el ámbito iniciático, que se sigue poniendo el acento en ese individuo muy bien pertrechado que busca su deificación particular –craso error cuando de lo que estamos tratando es del nacimiento del “hombre nuevo”– y no actuamos que quien renace tras la muerte iniciática es el Ser Universal dándose la oportunidad de seguir conociéndose a sí mismo a través de todos sus reflejos especulares llamados yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos, o sea a través de los seres de todos los géneros y especies, tanto visibles como invisibles, siendo el ser humano el que puede tomar consciencia de todo ello; entes diferenciados por una operación de la Inteligencia que aparentemente distingue entre lo uno y lo otro para dar rienda suelta a este juego ilusorio de la Manifestación Universal, la cual simboliza la perfecta identidad entre el Uno y el Todo.

Pero cuando se pasa por la auténtica muerte, se renace a un nuevo punto de vista; algo tan vertiginoso como el desplazamiento instantáneo desde la periferia al centro de una rueda prototípica que lo abarca todo. Esta primera toma de conciencia es completamente revolucionaria, y signará en adelante la ubicación desde la que encarar el proceso gradual de realización espiritual: siempre desde el centro. Aquí es perfectamente válido emplear la primera persona del singular, entendiendo por “Yo” ese punto central que es la afirmación del “Sin” (Fin), pues en la lengua hebrea ambas palabras se escriben con las mismas letras aunque permutadas. Nada que ver con el yo personal que una y otra vez pretende resucitar para reiterar hasta la saciedad su historieta cansina, una suma de egos que quieren suplantar a cada paso la Identidad Suprema.

Mi alumbramiento se ha producido en el centro del mundo o “en el centro neurálgico de la enseñanza y del Ser” (12). Un abismo vacío en el que no hay nada, nada que se llame de algún modo, pues ni el sonido existe, ni la voz, ni siquiera el pensamiento, ni tú ni yo, ni Dios ni hombre, ningún contraste. ¡Cuánta Paz y sin embargo apenas un instante después se comienza a presentir el fragor de los innumerables participantes en la batalla cósmica! Soy, soy –me digo– la caverna vacía y la semilla de inmortalidad. Mi identidad es el Ser, incluido mi recuerdo y mi olvido y todas las extensiones en el tiempo y en el espacio en las que se van revelando mis sagradas emanaciones. ¿De dónde vengo? Del Negro que alumbra una luz blanca síntesis de todos los colores. Del Silencio desde el que se proyecta una vibración que se va desenroscando y articula el primer sonido, el Verbo que pone nombre a todo lo nombrado. Cuántos procesos absolutamente desconocidos, indescifrables, en esos velos del En Sof que finalmente desembocan en el inicio de un discurso de números-letras que se combinan y permutan a golpe de ritmo, de rito y de arte. Y al reconocer que mi Identidad, llamada también

… la sagrada identidad: lo que es el hombre con Dios, o sea con el verdadero Yo, la Unidad… (13)

…no me considero Dios desde la modalidad corporal y anímica que caracteriza el estado humano, sino en tanto que en este estado despiertan y actúan también las facultades suprahumanas, en cuya cúspide refulge la intuición del corazón, rayo certero que no admite opinión. No cabe la soberbia al descubrir la magnitud de lo que el Ser es, ni la falsa humildad reflejo de la congoja del que ha elegido ser simplemente un individuo. Sólo la Sabiduría y la Inteligencia cantan en la estancia secreta de la tríada primordial. Valentía y mucho amor, y una generosidad desbordante contenida por el rigor que auto impone unos límites capaces de albergar entre dos columnas y cuatro mundos la totalidad de los dioses, semidioses, hombres y animales, plantas, minerales y seres del inframundo; átomos, moléculas y partículas, cadenas de transmisión, entes siderales de materia y energía que son y no son al mismo tiempo, ordenado todo este surtido jerárquicamente según un modelo prototípico de 10 números o esferas o potencias, unidos por senderos que cohesionan este verso llamado Universo. Porque acerca del Meta Verso mejor callar el Secreto para hacerse digno de él y no manosearlo con unas burdas gafas que pretenden materializar lo que jamás podrá ni siquiera manifestarse de forma sutil. ¡Atrás pedantes simuladores, embusteros y traficantes de lo que no admite nombre, ni número, ni la pretenciosa generación de un avatar virtual, monigote que desvirtúa la presencia del verdadero avatar que simboliza al Ser plenamente realizado! Todo esto y mucho más, pues en cada esfera se despliega un árbol completo ad intra o ad extra, en grande o en pequeño, que progrede ad infinitum. Divina locura que podría llegar a trastornar si se pretendiera aprisionar todos estos desarrollos multidimensionales simultáneos, en los que los emisarios son solamente vínculos entre el Principio y sus indefinidos reflejos especulares, otras tantas facetas del Sí mismo que en definitiva es lo que soy.

Diablo – El sol no se percibe a sí mismo como un propietario (14).

Otro – Tampoco ni malos ni buenos, no hay violencia, tú mismo has reconocido que eres Dios. Te has autogenerado. Necesitaste de todo ello para esto (15).

Otro – Permaneces en el verdadero asombro, que para ti de modo callado es tu identidad. El nombre que te dieron en el Origen, sencillamente tu Destino (16).

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Los Misterios del Ser se han celebrado desde la más remota antigüedad. En todos los tiempos precedentes la humanidad ha vivido inmersa en la sacralidad de la existencia. La totalidad de los seres y las cosas participaban a su modo del gran drama cósmico. Muchos eran pueblos sin historia, puesto que extraían la realidad de su existencia de la escenificación reiterada y siempre renovada del mito. Los dioses jugaban a ser hombres y éstos a ser dioses y así se lograba el milagro de una sola cosa. De la edad de Oro nada sabemos, salvo de la perfecta Identidad del Principio con toda su manifestación; el Cosmos era la expresión multifacética de la deidad y su Misterio lo impregnaba todo. Esta edad de Oro es, además, un estado de la conciencia, el más alto del Ser, y vive ahora en el interior del corazón. Luego vinieron las edades de Plata y de Bronce, donde se habla de un alejamiento respecto del Origen, de una caída, de la aparición del olvido y la necesidad de instaurar unos ritos para activar la Memoria y traer al presente esa Identidad del Uno con el Todo. Tampoco sabemos en concreto acerca de los ritos de conocimiento de esas épocas y sin embargo esta humanidad actual identificada con lo que el hierro simboliza procede de esas tradiciones hoy desaparecidas. A veces sin saber cómo y otras siguiendo pistas simbólicas ocultas, la transmisión se operó sin interrupción, por la vertical y también en la horizontal. Llega un momento en el que aparecen códigos de escritura, se escriben tablillas cuneiformes, se cubren paredes de templos, sarcófagos y papiros con jeroglíficos; se labran piedras y cueros con las letras hebreas; se desentierran templos, pirámides, palacios, altares, centros astronómicos, tumbas con sus espléndidos ajuares de joyas, cerámicas y útiles rituales que revelan la existencia, aquí y allá, de sociedades enteras entregadas a la permanente actualización de la cosmogonía como rito de identificación con la deidad y el Gran Misterio que lo abarca todo.

El rito de la iniciación cósmica, ese proceso efectivo y real, es la dramatización vivencial del Misterio. Es un recuerdo vivo actualizado en su forma por la simultaneidad del presente. Sería la historia del Arquetipo si la Eternidad tuviese historia. Mejor decir que es una historia arquetípica. El mito encarnado en la interioridad es el renacer del símbolo (17).

Por hablar solamente de las tradiciones que han confluido y conformado la Tradición Hermética –o sea la mesopotámica de modo lejano, la egipcia, la minoica, la micénica, la etrusca, la tracia, la griega, la romana, la judía, la islámica, la cristiana y otras corrientes subterráneas y sus ramificaciones–, en todas ellas la sociedad al completo vivía inmersa en una permanente dramatización signada por el calendario, con las festividades bien señaladas y los ritos acordes con el ciclo de vida-muerte y regeneración. Gracias al arte en todas sus modalidades (pintura, escultura, cerámica, orfebrería, etc., y a la totalidad de las artesanías), a sus templos y su acervo sapiencial atesorado en el lenguaje simbólico –dícese en los códigos numéricos y lingüísticos y también en la palabra que ha circulado ininterrumpidamente transmitiendo las verdades eternas–, se tiene constancia además de los ritos iniciáticos específicamente diseñados (revelados) para el despertar de la conciencia y la real realización de un cosmos en acción, que los iniciados actuaban en ceremonias grupales, más o menos numerosas según los tiempos e idiosincrasia de los pueblos.

El viaje de ultratumba omnipresente en todo Egipto, los Misterios de Eleusis representados en cientos de relieves y vasijas cerámicas griegas, las Dionisíacas también presentes en una rica iconografía y en los textos de algunos autores tradicionales; los Misterios de Mitra fijados en esculturas y pinturas halladas en los lugares de culto; las Bacanales, las Saturnales y otros ritos descritos por autores de la época romana y pintados aquí y allá en villas, templos o palacios, etc., etc., dan testimonio de estas escenificaciones iniciáticas grupales; en definitiva, “el rito de la iniciación cósmica” repetido una y otra vez, en diferentes escenarios, modalidades y formas, pero manteniendo una esencia única: la del Espíritu inmutable encarnándose en su Cuerpo universal perpetuamente reciclado en el tiempo por el ser humano que ha sido el escogido para tomar consciencia del Alma del Mundo, pues ¿qué es el Alma sino la conciencia que une y media entre el Cuerpo y el Espíritu?

Los ritos que acabamos de citar se han ido adaptando constantemente a los derroteros del devenir cíclico, reiterándose sin embargo esa idea nuclear invariable… Y así hasta ahora mismo, año 2023 de nuestro calendario, donde la casi entera humanidad ha perdido la memoria y el Ser se mira en ella para reconocer sus aspectos más groseros, materializados, múltiples y hasta invertidos, llegando casi el olvido total de Sí mismo actuado por una muchedumbre que no sabe para quién trabaja. Pero decimos casi, pues pocos, muy pocos son los que han logrado escuchar la Buena Nueva, aceptarla y encarar conscientemente la “dramatización vivencial del Misterio”, el tikún, incluso en los días oscuros que vivimos.

Camino de retorno a las fuentes. Iniciación. Restauración del hombre y del mundo. Redención (18).

Se trata de minúsculas milicias dispersas por el mundo, ocultas y cada vez más silenciosas, practicando los ritos de restauración. Y entre ellas,

… aquí estamos nosotros, personal calificado en estas disciplinas, y a nuestra medida y forma haremos todo lo posible y seguiremos volcándonos hacia los otros para mantener el esplendor de la Tradición Hermética. Eso somos, trabajadores de una Tradición muy antigua, que ha tomado diferentes modos de expresión y de la cual somos servidores y empleados y sobre todo soldados, con muy poca fuerza pero convencidos de la inmensidad de lo que representamos (19).

Sí, es inmenso lo que representamos, cada uno en particular en la medida que haya muerto y renacido a la realidad del Ser y simultáneamente como entidad cosmizada que se ha hecho cargo de lo que simboliza. Porque el punto de vista tradicional al que nos hemos adherido pasa por la conjugación del trabajo interno solitario de transmutación con la participación en unos ritos grupales teúrgicos, que siempre tienen un cierto carácter teatral. Podría haber sido de otro modo, pero el darshana que hemos conocido y por el que hemos optado, o nos ha elegido, contempla dicha labor grupal. Ahora bien, esto del grupo no tiene nada que ver con cualquiera de las asociaciones profanas que se constituyen por doquier y en las que incluso hemos participado o aún participamos, donde se juntan personas unidas por intereses comunes, desde pasatiempos y hobbies a acciones sociales, filantrópicas, políticas, culturales, deportivas, etc., signadas por los gustos e intenciones (buenas o no) de los participantes, que con el tiempo pasan de moda surgiendo otras de nuevas, o bien se esclerotizan y acaban sucumbiendo por las constantes peleas, rivalidades, envidias, odios, luchas de poder, confusiones y otras trifulcas muy propias de todo aquello que se fundamente en lo puramente humano, o sea lo perteneciente al plano corporal y psicológico, tal los deseos y las pasiones nunca satisfechos, o lo que es peor, las obsesiones, fobias o manías de los adscritos a unas filas u otras.

En una escuela de conocimiento adherida a una cadena inmemorial de adeptos de la Tradición Hermética, se debería recordar siempre que:

Doctora Ester – … nosotros no creemos en la psicología y estamos convencidos que es casi imposible superarla. Al menos es lo que nos indica nuestra experiencia de hace treinta años, y estoy incluyendo la psicología de muchos que han creído haberla superado. La idiotez de la gente es el componente más grande de lo que llama la realidad. Y hay otros muchos individuos peores que creen haber avanzado en la metafísica, porque ésta, al fin y al cabo, pretenden que es una física, o mejor una psicofísica, con distinto nombre (20).

Lo que nos hace reconocer de inmediato que el trabajo grupal dentro de la vía iniciática que estamos recorriendo (y de hecho en todas) es absolutamente de otra naturaleza, tanto por su origen como por sus fines. Se trata nada más y nada menos que de conformar una “entidad cosmizada”. Y atendamos a estas dos palabras. “Entidad” viene de ens, o sea que remite a lo que es el Ser, siendo la entidad el Ser en sí mismo incluyendo todas sus extensiones que se manifiestan al polarizarse aparentemente el Uno; por eso esta palabra se aplica también a una colectividad considerada como una unidad en la que cada miembro encarna al Uno con todas sus facetas, al menos éste es el sentido cuando lo referirnos al ámbito iniciático, donde el agregado de “cosmizada” da idea de que todos esos aspectos o cualidades son el Cosmos = Todo = “lo que el Ser es”, o sea, el Uno y sus emanaciones ordenadas jerárquicamente, que justamente la “entidad cosmizada” pretende encarnar, vivificar y actualizar. ¡Vaya función nos ha tocado! Ni que decir que para actuarla verazmente:

Chuleta – ¡Debe morir a todo, a cualquier sentimiento! ¿Creía que esto era el colegio de Harry Potter? ¡Iluso! (Cambiando de tono) Está pensando en un recorrido lineal, en ir adquiriendo conocimientos por su esfuerzo, su comportamiento o su antigüedad, pero nuestro proceso es fundamentalmente revulsivo y de ascenso vertical. Impecable, (con furia), ¡furioso! (cambiando, apacible) y sin embargo de una gran serenidad (21).

El método a seguir en adelante, nos lo recuerda de nuevo el incisivo doctor Chuleta: “La inducción en la Sabiduría, sin más” (22). De este modo podremos abrir paso y encarnar en verdad la idea de que Todo es Uno y que Uno es Todo, y que este Uno no se alcanza jamás por la adición de sus partes, –lo que transpuesto a la entidad cosmizada significa que no es la suma de las individualidades–, puesto que el Uno incluye en sí mismo a la totalidad, al igual que cada uno de los iniciados se identifica con ese Uno = Todo, o dicho de otro modo, “que la identidad ya viene puesta y que el ser es, ni más ni menos, todo lo que es, y eso eres tú; así de sencillo” (23). Además, en la medida que cada una de las partes –o sea cada uno de nosotros– sepa y realice que es el Uno conociéndose a sí mismo a través de sus emanaciones, estados o planos reunidos en su interior, contribuirá a que la entidad sea realmente la expresión viva de la Unidad a todos sus niveles de manifestación. De ello se desprende la necesidad imperiosa de mantener el pie en el cuello de la bestia (o sea domesticar nuestra individualidad) cada vez que se reproduce una de sus cabezas (egos) con el propósito de volver a aquella visión obsoleta que se empecina en reaparecer, y que de conseguirlo, podría arruinar no sólo nuestro viaje en particular sino el de la entidad al completo, si no fuera porque siempre el error acaba destapándose.

Además, cuando cada adepto se sabe el Universo en pequeño, nada de lo que acontece en su interior es ajeno a la vida de la entidad cosmizada de la que es miembro. ¿Acaso la dolencia en un órgano no repercute en el cuerpo entero? Entonces, cualquier reconocimiento o desvío, iluminación u olvido, certeza o traición que toque a uno de los integrantes incide en el todo, al igual que aquello que acontece a nivel macrocósmico –por ejemplo en una galaxia remota– influye con sutiles vibraciones en el Universo entero, pues éste no es sino un juego ilusorio de relaciones multidimensionales. Si uno está desconcentrado, esa desconcentración afecta al conjunto; si todos vamos a una, las fuerzas se redoblan; cuando cantamos y escuchamos al unísono, se produce el milagro de una sola cosa; si el pensamiento está puesto en lo más alto, somos aquello que pensamos, y si por contra en lo más bajo, pues no hace falta decirlo. Lo que veo en ti, debo reconocerlo también en mí, y viceversa, pues si no ¿qué significa decir “Yo soy tú”?

Y recíprocamente, lo que actúa esta entidad minúscula en sus ritos teúrgicos vibra en cada uno de sus integrantes y tiene al mismo tiempo unos alcances macrocósmicos que quizás jamás conoceremos, o sí, y no por ello nos arrugaremos o enorgulleceremos, que eso no es vivir la simultaneidad de tiempos y espacios desde el centro –desde el no tiempo– y aceptar la grandeza y majestad de lo que somos y encarnamos tal cual, sin posesión alguna, ni reservas de ningún tipo, ni manoseos, ni disminuciones, ni apropiaciones, ni privilegios, etc., etc. Ya contamos con que a veces los astros se conjugan en el firmamento y todo fluye sin esfuerzo y que en otros momentos se oponen generando resistencias y opacidades; soplan vientos arrolladores que alborotan o reina una calma que armoniza con simplicidad lo que media entre el cielo más alto y el inframundo. Son las multifacéticas manifestaciones del Cosmos vivo que la entidad cosmizada canaliza en cada encuentro, y que como él se contrae y se dilata, profiere la palabra fecunda y la retorna al silencio, y en su respiración contiene todos los mundos que se reciclan perpetuamente hasta que la Suprema Deidad decida poner punto final a la función, para darse una buena siesta y volver a comenzar otro ciclo, en este caso, nada más y nada menos que un nuevo manvántara con su humanidad correspondiente, totalmente regenerada.

Y como no vamos a enmendarle la plana al Gran Arquitecto con nuestras pequeñeces, distracciones, incomprensiones, trampas, perezas y otras tonteras varias, más nos vale ser absolutamente honestos con nosotros mismos y decidir desde nuestro libre albedrío por qué apostamos: si por el cuento particular de siempre que separa entre lo uno y lo otro, o por la participación en este algo Único que no tiene sombra ni par. “¡Bendita sea la santa unión de la hermandad del anillo flexible!”, se dice en la obra de teatro En el tren (24); ese anillo de oro del que también nos habló un hermano antes de dejar esta tierra, con la certeza absoluta que nos tocaba a nosotros llevarlo hasta las últimas consecuencias (y por cierto que en su revelación no identificó rostros concretos, o sea ninguna individualidad, sino la hermandad conformada por todos aquellos que participaban de la unión amorosa del Uno con el Todo); anillo análogo al coro del inmortal Amor del que escribió Proclo, y otras tantas maneras de referirse a la “entidad cosmizada” encarnada por iniciados de todos los tiempos y lugares capaces de reconocer los vínculos de naturaleza divina que engarzan esta inmensa cadena de transmisión de la que nosotros somos sus epígonos.

Después de tantos años de estar en la senda, ya tocaría aceptar el definitivo sacrificio en el ara, lugar donde Apolo reúne y armoniza las almas aparentemente diferenciadas en su unidad esencial, o sea en el corazón del Ser, ámbito en el que se nace a la verdadera concordia, a la unión de todos los que vivencian este estado ya suprahumano, donde las ideas puras brillan con todo su esplendor y belleza, y están ligadas unas a otras por los lazos indestructibles del Amor, que eso es lo único que une y nos hace partícipes de la auténtica fraternidad. Ya que lo particular, es decir lo que atañe a la individualidad, puede crear a veces afinidades y simpatías, pero también todo lo contrario, odios y envidias irreversibles, siendo siempre fuente de malos entendidos, de vaivenes y de otros tantos estorbos que al ser tan y tan difíciles de trascender en los tiempos que vivimos (nos han tocado éstos, y no aquellas edades anteriores en las que los seres humanos no estaban apegados a su cara, su monedero, sus posesiones mentales y su historia particular, pero no nos vamos a quejar, ¿verdad? ¿A quién nos quejaríamos?), mejor se los cocine y coma cada cual en su casa y no siga insistiendo en concordias donde no es propio reconocerlas, o por contra, ponga palos a las ruedas para el nacimiento de la auténtica unión cordial. ¿No les parece realmente un regalazo el plan de Apolo, la fuga a un plano universal, como antesala de la plenitud del Amor propiciado por Venus? Y lo más extraordinario es que todo esto es ahora.

Para ir más allá en la conquista del Ser que ya somos pero aún no hemos realizado plenamente –vaya paradoja– hay que estar dispuestos a dejar atrás definitivamente todos los personalismos y centrar enteramente nuestros trabajos rituales grupales y solitarios “en las altas esferas” (25); nada que tenga que ver con solemnidades, seriedad o rigidez, ni tampoco con lo mecánico o burocrático, sino con la frescura de ese mundo otro, virgen, en el que cada ser, cosa e idea es lo que es sin sombra ni doblez y donde la palabra está totalmente identificada con lo nombrado. El programa incluye pensar en grande, o sea en amplitud, profundidad y altura; agudizar la concentración, encauzar la pasión hacia las verdaderas nupcias de Psique con Eros; compartir el pan y el vino celeste en la misma mesa dispuesta en un plano invisible donde hay un lugar para cada comensal. ¡Nos estamos refiriendo al gran banquete de todos los dioses! Y nutrirnos de la palabra inspirada, suelta, libre y liberadora que sale de nuestras bocas, no para corregir y rebajar el discurso (aunque si es necesario, se enmendará el error), sino para fecundar, engendrar, crear y alumbrar un canto coral que se hace uno con el proceso cosmogónico y simultáneamente con la restauración de las vasijas rotas, el tikún. ¿Se dan cuenta que éstas son labores de otra índole, más que humanas, y que no se las puede interpretar si no somos lo que decimos ser? “Este es un negocio en grande y nuestros egos pequeños no tienen cabida, por su propia condición” (26). Ciertamente no pueden colarse en esta utopía, pues la naturaleza de dichos estados superiores no admite esas contaminaciones psíquicas que, por suerte, tienen su territorio bien delimitado. Son las protecciones que el propio Ser se fabrica, de ahí la idea de jerarquía, de esa jerarquía que cada quien debe advertir y descubrir en sí mismo y al mismo tiempo en la entidad que conformamos. La fraternidad, como el Ser, no es asamblearia, ni tan siquiera democrática aunque ni mucho menos autoritaria. Es un Todo cohesionado por Amor y ordenado por la Inteligencia emanada de la Sabiduría, con una sola cabeza y muchos miembros, que se ama a sí misma con todas sus vestimentas sin saber en última instancia quién es. Simplemente se entrega sin objeciones a su función: ser el símbolo de aquello que siempre será incognoscible. Bienvenida la docta ignorancia que abisma en el Misterio absoluto.

Hasta aquí nos hemos referido casi exclusivamente al Ser y a nuestra identificación con él, o no, eso es lo que nos toca discernir. Desde luego es fundamental que siempre nos lo reformulemos todo de pies a cabeza y reconozcamos con sinceridad quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Y una vez visto, y decidida nuestra ubicación –si aquí o en la acera de enfrente– toca ser consecuente y decir adiós o “buscar el acuerdo en todo lo que esto significa. Que el Ser y el No Ser se integren en una sola Identidad” (27).

Apostar por el Ser es reconocer inmediatamente que por sobre todo somos los cultores del Misterio. Acabamos este largo escrito identificándonos plenamente en estas palabras de Rapsodia, escritas por Federico González:

– No sabemos nada, salvo que Todo es Uno y Uno es Todo. Y que todo es un símbolo de otra cosa que no conocemos.

– Somos los adoradores del Misterio, del Dios Desconocido a pesar de que hay una Alquimia de alma, y una Inteligencia y una Sabiduría que se manifiestan por sus símbolos, de que hay unas revelaciones que nos hacen cultores del Misterio, para decir lo menos, por conocer que las formas pasajeras están simbolizando algo que jamás conoceremos.

– Por eso somos los cultores del Misterio, entre ello el profundísimo no saber intelectual de la Alquimia y la Cábala que se nos ha otorgado y que ahora se sigue expresando por símbolos.

– Inteligencia y Sabiduría, el No Ser y su simbólica que nos ha traído a todo esto, a reconocer nuestra total ignorancia y a adorar este Misterio mediante unlarguísimo proceso que va desde la estúpida ilusión a la docta ignorancia y a ser los súbditos de este grandísimo Misterio, que Todo es Uno y que Uno es Todo.


Notas
(1) Federico González. Noche de Brujas. Ed. Symbolos, Barcelona, 2007. Retorno
(2) Federico González Frías. Rapsodia. Ed. Symbolos, Barcelona, 2015. R
(3) Federico González. Noche de Brujas, op. cit. R
(4) Federico González Frías. Tres Teatro Tres. “Lunas Indefinidas”. Ed Libros del Innombrable, Zaragoza, 2011. R
(5) Federico González. En el vientre de la ballena. Ed. Obelisco, Barcelona, 1990. R
(6) Federico González Frías. Rapsodia, op. cit. R
(7) Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Iniciación”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. R
(8) Federico González. En el vientre de la ballena, op. cit. R
(9) Himnos Órficos. “A la Muerte”. Ed. Gredos, Madrid, 1987. R
(10) Mireia Valls. La Caracola. La mujer y el simbolismo femenino. Artículo: “La Muerte”. http://la-caracola.es/marco_general.html R
(11) Federico González Frías. Tres Teatro Tres. “En el tren”. Ed Libros del Innombrable, Zaragoza, 2011. R
(12) Federico González Frías. Tres Teatro Tres. “Lunas indefinidas”, op. cit. R
(13) Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Identidad”, op. cit. R
(14) Federico González. Noche de Brujas, ibíd. R
(15) Federico González Frías. Rapsodia, ibíd. R
(16) Ibíd. R
(17) Federico González. En el vientre de la ballena, ibíd. R
(18) Federico González y Mireia Valls. Presencia viva de la Cábala. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006. R
(19) Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Himnos”, ibíd. R
(20) Federico González Frías. Tres Teatro Tres. “Lunas indefinidas”, ibíd. R
(21) Ibíd. R
(22) Ibíd. R
(23) Phoenix. Eblis - Caín - Hermes - Hiram, https://www.hermetismoymasoneria.com/cain_hiram.htm R
(24) Federico González Frías. Tres Teatro tres. “En el tren”, op. cit. R
(25) Federico González Frías. Tres Teatro tres. “Lunas indefinidas”, ibíd. R
(26) Federico González. En el vientre de la ballena, íbid. R
(27) Federico González Frías. Rapsodia, íbid. R

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