De lo más interno y oculto de la caverna, del corazón del Ser o Agartha, se expande en espiral un encadenado de letras, el Fiat Lux despertador de las Potencias que atentos oídos escuchan y repiten y vuelven a recrear orquestando una sinfonía que ejecutan todos los integrantes de la Cadena Áurea. Ésta es nuestra minúscula contribución, sin pretensiones particulares sino como la expresión de la imperiosa necesidad de ser, de saborear la esencia de la Vida y de devolver lo aprehendido.

Este cuaderno número 6 del Aleteo de Mercurio recoge los Himnos del Agartha publicados en los números 54 y 55 de la Revista SYMBOLOS, más el agregado de otros inéditos que se han ido ordenando de forma mágica, dibujando unos circuitos arquetípicos que se pueden recorrer así o asá, pasando de unas sagas de dioses a otras, lo que deparará encuentros sorprendentes, analogías desconocidas, senderos de la conciencia todavía vírgenes que van conduciendo al alma por sus recovecos más íntimos y cercanos al espíritu. Un juego simbólico completo, que además de poesía incluye claves visuales, o sea los atributos sintéticos de las deidades, sus armas y signos de identidad; unos trazos a tinta muy sutiles, piezas únicas para cada uno de los himnos, que también son únicos e irrepetibles, pues nacen de la inspiración directa en el corazón del cantor.

Al ser el 6 el dígito que signa esta nueva entrega del Aleteo de Mercurio, que sea la Belleza asociada a esta numeración la que impregne cada página y la que nos conduzca a la contemplación de la Belleza en sí, y guiados por el furor Apolíneo lleguemos a las puertas del Venusino, el del Amor que lo reúne todo en su Unidad.


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http://aleteodemercurio.blogspot.com/


Reseñas

Invocaciones, cantos y alabanzas a través de estos Himnos sagrados, escritos por una mano divina, como intermediarios entre el cielo y la tierra, transmisores de ideas-fuerza, fecundadores por la palabra. Los autores de estos himnos son cañas huecas, ofreciendo un gesto a los dioses de dar lo que han recibido, en consonancia con el efectuado por todos los iniciados, pues, “para los cabalistas cristianos del Renacimiento este símbolo expresaba las emanaciones celestes que los dioses envían a la tierra, las que producen una inspirada vivificación en los seres, o conversión, a partir de la cual éstos las devuelven (o se elevan) hacia su lugar de origen” (1). Nada hay en estos himnos de intereses personalistas sino que se trata de vivificar una herencia tradicional transmitida desde lejos que vive en nuestra memoria, amenazada constantemente por el olvido, pero que gracias al rito y al símbolo, se despierta en nuestro interior, (“sin memoria nada somos”). Y es en el corazón sede de la intuición intelectual donde se reciben estos influjos, ya que él “alberga el germen de la inmortalidad en su caverna iniciática, íntimamente vinculada con el colegio invisible” (2), llamado Agartha como bien expresa el titulo del libro.

Los “himnos no se enseñan sino que permanecen ocultos en el silencio” (3). Son siempre actuantes, reveladores de la cosmogonía y la existencia del hombre en la tierra, haciéndonos conscientes de las analogías que existen entre lo individual y lo universal, entre lo de arriba y lo de abajo, comprendiendo que “cada ciencia y cada arte, así como cualquier actividad manual, racional e intelectual del hombre está bajo la protección e influencia de un dios, musa o genio astral, lo que redundaba en una convivencia armónica con las fuerzas ordenadoras del cosmos” (4).

Carecen de lugar y tiempo, viven en el eterno presente, es decir son atemporales. “El no tiempo no es propio de este mundo, se refiere a lo supracósmico, y está mucho más allá de cualquier vida humana corriente” (5).

Leámoslos despacio y concentrados ya que “concentrarse es orar y da nacimiento a la oración del corazón que se efectúa en el silencio, en lo más hondo del alma” (6). No se trata de consumirlos sino de vivirlos y ser uno con ellos, dejándonos llevar por los mitos que evocan y el misterio que transmiten, espiritualizando la materia y materializando el espíritu; “por eso es preciso servirse de los mitos, no como de razones absolutamente probatorias, sino para tomar de cada uno de ellos los rasgos de parecido que se concilian en nuestro pensamiento” (7).

¡Invoquemos! ¡Invoquemos!, atraigamos estas energías con estas lecturas, “claro indicio de que la energía de la diosa del Amor y la Belleza, Venus, no se ha extinguido, sino que continua plenamente vigente y llena de vitalidad en el alma de los hombres, como no podría dejar de ser, ya que se trata de una energía inmortal” (8).

Ángela Sardá.

Notas
(1) Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS, nº 25-26, Barcelona 2003. Retorno
(2) Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Agartha”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. R
(3) Entrada: “Himnos”, ibíd. R
(4) Entrada: “Mitología”, ibíd. R
(5) Entrada: “Eternidad”, ibíd. R
(6) Entrada: “Concentración”, ibíd. R
(7) Entrada: “Mito”, ibíd. R
(8) Federico González y cols., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit. R


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Este pequeño cuaderno, el número 6 de la colección, diseñado y dibujado con un cromatismo dorado y pinceladas sepia, es un canto universal. Puesto que en los tiempos que vivimos, signados por una mentalidad moderna, todo es literal y tiende a un desarrollo tan indefinido como interminable, la evocación de cada uno de estos himnos supone un vuelo para el alma, un salto vertical que se alza mediante el lenguaje poético y su evocación de la belleza. Un vuelo que viene signado por el eco de una memoria ancestral, que no es sino remembranza eterna. Es ese carácter de universalidad, paradójicamente, el que hace de estos himnos una singularidad en medio de una producción editorial embebida de multiplicidad engañosa; tal cual los tiempos que vivimos. Pues para la mentalidad del hombre moderno, como muy bien ya advirtiera Guénon, la literalidad es una necesidad que marca el límite de su comprensión.

Un canto al Misterio –Lux umbra dei. ¿Quién? (1)– es lo que guía estos himnos; su trazado, su orden, su diseño, no son sino fruto de la genuina comprensión del legado de la Tradición Hermética en los corazones de los himnógrafos, como así los denomina el editor Raúl Herrero en su excelente prólogo, que ubica al lector perfectamente en un espacio otro; allí donde la belleza y la poesía encuentran su origen y destino: al unísono y en el corazón del hombre.

También nos parece que el panorama que el cuaderno esgrime es, simultáneamente, una labor alquímica. Todo el conjunto es como un mandala en donde el Árbol de la Vida sefirótico, legado de la tradición hebrea que, enriquecido con las aportaciones renacentistas, se hace presente; y se conjuga mágicamente con deidades de las diferentes corrientes herméticas que han surcado la historia de occidente. Los diez primeros himnos ya lo presienten en su propia estructura aritmosófica: “Diez y no nueve, diez y no once, como las 10 esferas del Árbol de la Vida, como las 10 numeraciones de la Sagrada Tetraktys. Esto es así porque es arquetípico. Desde el Agartha, invisible como el centro de la rueda, se salvaguarda esta enseñanza intemporal y se disparan las flechas hacia todo el contorno del círculo.” (2).

Unas flechas portadoras de una estructura geométrica sagrada, que se intuye como siempre presente a través de las series de tres y de cinco himnos; la primera tríada está dedicada a las potencias egipcias; luego, tres grupos más de cinco himnos: los himnos cabalísticos, los grecolatinos y a otras entidades primordiales. La búsqueda del oro alquímico es también la búsqueda de la divina proporción áurea, cifra clave de la cosmogonía. También el cinco es número mediador entre el Cielo y la Tierra, además de simbolizar la quintaesencia para los practicantes del Ars Regia.

A continuación, encontramos las series más emparentadas con la tradición greco-romana: A los Titanes, A Zeus y su parentela, A Hermes y su madre atlante, A la tropa délfica, A Afrodita y sus amores, A Posidón y su prole, A Hades y sus allegadas, A la Memoria y otras diosas, Al dios del vino y del teatro. Aquí el cuaderno se inspira, si así pudiera decirse, en los himnos y cantos de esa tradición y, al mismo tiempo, reconoce su legado. Un legado que para los hermetistas toma la forma de hilo de oro, Cadena Áurea dícese también. La pluralidad del panteón greco-latino se nos presenta como un camino de luz; quisiéramos destacar esta relación simbólica con la luz, con la esencia de la Luz Inteligible, que nos llevará de viaje desde el Febo Apolo al furor dionisíaco a través del símbolo y de la mano de Hermes, mensajero alado.

Y para finalizar estas líneas, un deseo pensando en ese lector anónimo cuya mirada se fija en este pequeño cuaderno: desearle nada más ni nada menos que el influjo de su lectura le permita ubicarse en ese lugar central del alma del hombre desde el que lanzar sus flechas.

¿Y todo esto para qué? Pues para que la luz de la Inteligencia se expanda por el mundo entero. No parece poco.

Pablo Río.

Notas
(1) Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS, nº 25-26, Barcelona 2003. Retorno
(2) Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Agartha”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. R

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En el titulo Himnos del Agartha queda todo reflejado, pues este volumen está completamente dedicado a cantar, llamar o alabar a las deidades que en el camino de regreso hacia nuestro Destino nos vienen al encuentro y lo hacen posible; son voces que surgen del corazón, de la cueva del Agartha. Por otro lado, estos himnos tienen algo de “Rebis”, ya que misteriosamente y en simultaneidad, los canta el humano y son un decir divino, una sintonía nacida de los mismos dioses manifestándose directamente al corazón del que se absorbe en estos textos.

Las frases, expresiones o citas de las que se sirvieron en tiempos pretéritos los cantores a lo divino, se recogen aquí, en una renovación del mensaje, integrados en una nueva forma de decir o cantar a los mundos divinos y sus orígenes, revelando los misterios del mito de manera que pueda hacerse comprensible y cognoscible a los buscadores de nuestro tiempo.

Los nombres con los que se llama a cada una de estas divinidades son algunos de los que fueron revelados en el antiguo Egipto; también los que nos vienen legados por el mundo grecolatino y por la cábala judeo-cristiana, afluentes sapienciales de la Tradición Primordial cuyas aguas se han ido vertiendo y han quedado recogidas, en nuestro tiempo, en la Tradición Hermética.

La armonía que nace del conjunto de todos estos himnos es un bellísimo canto a la Unidad –aunque no se nos escapan las distintas formas de la Belleza que se pueden encontrar en cada uno de ellos–, y en verdad cada himno es una unidad en sí mismo, como una entrega completa, una aspiración de un mundo divino vertida para alimento del alma a la que se invita a ir “re-conociendo” los siempre nuevos paisajes de los diferentes estados del Ser. Esto hace que la lectura de estos himnos pueda realizarse siguiendo las pautas presentadas, o bien dejándose llevar por el azar, ya que la mántica del dios Apolo se ha impreso también en este número 6 de la colección Aleteo de Mercurio, y podemos encontrar en él un oráculo, es decir, un medio de consulta a los diferentes aspectos divinos, o incluso recibir respuestas repentinas a cuestiones que navegaban en las aguas de nuestra mente.

Se abre el telón con los diez primeros himnos que invocan o llaman primeramente a ese mismo centro supremo, Agartha, del que surgirá toda la fuente de palabras que seguirán con un agradecimiento a los iniciados del crepúsculo, o sea, a todos los que colaboran en la Posibilidad de vivir la presencia del Misterio en esta “hora tardía”; luego viene una alabanza a los Ancestros y un ruego para que nos asistan, y de ahí los cantos conducen el intelecto hacia el Dios Desconocido, al Misterio, a la Nada Infinita, en ajustadas palabras que resbalan de Su insondabilidad; para seguir nombrando al Ser y su encuentro en el ser, a la Idea y a la Luz “reveladora de lo oculto, imagen del modelo primero”.

Abierto alguno de los velos del Silencio absoluto y de las Potencias más íntimas de Su Ser, otro velo se descorre y canta a la gran tríada egipcia –memorando así a la cuna del Hermetismo–, la que aun hoy puede revivir en aquellos que la alumbran. Así como los nombres de poder de la Cábala a los que están dedicados los siguientes cantos, iluminándose de entrada el Árbol de la Vida y luego otros nombres del Innombrable, como anzuelos a los que agarrar el hilo de nuestra alma. En otra voz se invoca un llamado a la íntima y misteriosa energía de Metatron y a la Inmanencia de lo Absoluto bajo el nombre de la Shekinah, y finalmente un canto a la Luz que desciende manifestando mundos, Luzbel.

En lo que sigue se extiende el legado de la tradición grecolatina, unos himnos que nos adentran en la Metafísica, la Ontología y Cosmogonía. Alzándose desde el sumo silencio que “se hace en lo secretísimo y donde incluso los Principios se desvisten de su nombre”, el Caos Primordial se vuelve hacia esos Nombres por los que quiere ser llamado y conocido. Así la diosa madre, Gea, se revela en algunos de sus aspectos y pone de manifiesto su amor por Urano, “Padre que todo lo abraza y todo lo penetra”, siendo también el Amor que “admiran los dioses y contemplan los sabios”, Eros, el “Bello dios de los primeros”.

Ahora, una invitación a contemplar la grandeza de la Noche Primera, Nicte y algunas entidades de las que es nodriza: el retoño primero del Éter, el ígneo Phanes y las que manejan los límites del divino Rigor, las Moiras. A ellas se les pregunta ¿no hay escapatoria? También a Tánatos se le cuestiona ¿qué es la vida sin la muerte? Y a Hipnos ¿somos el sueño de un gran soñador capaz de soñar la totalidad del Cosmos en totalidad?

Y así continua el viaje ontológico y cosmogónico participando de la actividad divina con los Titanes, mundo verdadero y actual cuya elevada realidad se escapa a la mayoría de los mortales de esta época. A Cronos-Saturno se le dice: “Tú, que bajo tus quehaceres divinos inauguras la condición misma de la Revelación”, “Ábrenos tu arcano refugio mas allá del tiempo”, y a su paredro, “la grandísima, fecunda, dulce y fértil” diosa Rea, también se la invoca. A Océano se le pide “muéstrate benévolo enviando tus infinitas bendiciones”.

Siguen los himnos al que tomó el relevo de Cronos para dar paso a un nuevo ciclo de la manifestación, Zeus, fecundador de mundos, nuestro querido Padre Celestial y a su amada esposa y hermana Hera, referencia y alimento para los héroes, como viene a sugerir el himno al prototípico Herakles del que termina alabándose su entrega al fuego purificador de la pira sagrada y su retorno al Misterio.

Al abrazo penetrante divino quedamos sumidos en el corazón de este volumen, cuando se canta al dios que trae la Tradición Hermética a nuestra propia casa, a cada quien directamente sóplale al oído la voz divina adaptada a la mentalidad de los hijos del llamado Occidente, abriéndonos a la real posibilidad de recuperar la memoria de la autentica Identidad. Divino mensajero, Hermes, a ti y a tu madre se han dedicado estos cantos que alaban y no dejan escapar la oportunidad de rogarte: “¡¡Avívanos!! ¡¡Zarandéanos!! ¡Libéranos”, “¡La Inmortalidad!”.

“Hemos navegado hasta Delos…” Toda la Sabiduría que se refleja en los mitos del dios délfico está aquí presente, renovada en las paginas dedicadas a la tropa délfica integrada por Apolo, Artemisa y Asclepios.

A la poderosísima energía procedente del semen de Urano derramado sobre las aguas del mar, se escribe el siguiente himno dedicado a la diosa de la Belleza y el Amor, la “que une los opuestos complementarios”, cohesionando en la Unidad la manifestación entera, o sea “A Afrodita y sus amores” y a su esposo Hefesto, “que guarda los misterios de la herrería y la alquimia” y a su amante Marte, aliado del héroe en la consecución de su destino.

Remontando el cauce de las aguas herméticas hacia su fuente, un nuevo himno en reconocimiento al regente –“in illo tempore”– de la Atlántida, al portador del tridente, Posidón, haciendo mención a su prole. Sigue otro a esta realidad muy activa en nuestro tiempo y paradójicamente bien ignorada, al tenebroso Hades y su esposa Perséfone, iluminando la posibilidad de salir de ahí con la ayuda de Hermes.

Y más y más deidades nos van saliendo al encuentro dando nacimiento a unos cantos dedicados a la divina Memoria, a sus hijas las Musas, a la Presencia y a la Música, aunando la simbólica de los nombres latinos con la del número y elementos cabalísticos. Sigue un canto a la Unidad en la trinidad sacra de las tres diosas que se abrazan, otro a la ”diosa dadora del pensamiento sintético, de la idea revelada y del juego de las correspondencias”, Atenea, elevada Inteligencia a la que se la llama y se invoca aquí con ruegos directos para conseguir “el más alto destino”. Y con ella vienen a revelarse Hécate, “alma del mundo”, Hestia, el fuego interno y Tanit que llega desde las antiguas ciudades de Fenicia.

¡Oh, sorpresa! Aquí está Dionisos, “Bendito y bienvenido por siempre en este escenario que te acoge. Terremoto y ciclón es tu llegada”, y tus Ménades con su entusiasmo contagioso. De Sileno se dice que “te asimilas a la nada en tu huida incesante de lo que está determinado”. También se deja oír la Syringe que sopla Pan.

Ya se cierra la puerta y se abre a un nuevo recuerdo. “No nos olvidamos de los dioses tutelares y protectores del hogar, los Lares; tampoco de los Manes o almas de los difuntos ni de los démones que habitan cada pequeño fragmento del universo que se conocen como Penates”. Y a Jano, pues “Nada queda pendiente cuando en tu seno me acoges, oh Bifronte”.

Añadir que la introducción a cada sección es un sonoro llamado a la puerta del corazón, para que se prepare y se abra a lo que va a venir, manifestándose a continuación.

El himno es un canto cuya repetición favorece un efecto mnemotécnico en todos los niveles de la conciencia. Y habiéndolo probado, podemos confirmar que curiosamente lo único que se reitera es el rastro gráfico de las palabras, pues el mensaje o diálogo que se establece con la deidad y el recuerdo al que conduce, resultan verdaderamente nuevos en cada lectura o acercamiento o imbuición en estos mundos que, con ritos de este tipo, se van dejando conocer con divino amor.

Estamos delante de todo un tratado hermético. Quizás una invitación para “volar a la Nada, siguiendo la voz del Nombre impronunciable”.

P. D. Todas las citas pertenecen a este “regalazo” de la colección Aleteo de Mercurio nº 6 de la Editorial Libros del Innombrable.

María Correa.